Aunque el Departamento de Comercio e Industria de Sudáfrica reforzó la legislación contra la piratería de libros, películas y música, los modelos de consumo muestran que la compra de contenidos pirateados tiene una amplia aceptación. De hecho, en un estudio de caso realizado en Hanover Park, un barrio pobre de las afueras de Ciudad del Cabo donde APC investigó la piratería de CD, la mayoría de los y las residentes no distingue entre productos pirateados y legales.
El estudio de caso, a cargo de la doctora Tania Bosch, revela patrones sociales de mayor arraigo en relación a la piratería, como la naturaleza social de la experiencia de los medios y el debilitamiento de la brecha existente entre quienes pueden comprar productos legales y quienes no, lo que les brinda una sensación de inclusión social.
Hanover Park se encuentra en las afueras de Ciudad del Cabo. Esa zona, también conocida como “el basurero del apartheid”, es uno de los ghettos urbanos a los que obligaron a mudarse a la población negra de Sudáfrica. Hoy es un distrito de trabajadores y trabajadoras “de color” (así se llama a la mezcla de razas en Sudáfrica) con una gran zona industrial hacia el este y un barrio (Lansdowne) de personas de clase media “de color” al oeste.
La piratería adopta diversas formas en Hanover Park, pero la más común es la compra de películas pirateadas a comerciantes de la zona.
Estos/as comerciantes, que tienen un estatuto social modesto, poseen computadores y grabadores de CD, de manera que generan copias a demanda, o funcionan como minoristas al comprar sus productos en mercados urbanos más extensos.
En un entorno donde las opciones que tienen las personas de elegir medios audiovisuales suelen estar limitadas a la radio y la TV abierta, la demanda de CD con películas pirateadas es alta.
“La mayoría de las personas de la comunidad acceden a sus películas pirateadas a través de un familiar o un/a amigo/a cercano/a. Estas redes de piratería son informales y se basan sobre todo en la confianza”, establece la autora del estudio. Los discos suelen ser elegidos por el jefe de familia, que elige películas adecuadas para sí mismo y su grupo familiar, y luego se comparten dentro de la familia extendida y las redes sociales.
“El acceso a medios pirateados, en este contexto, alimenta prácticas de intercambio que refuerzan los vínculos familiares y comunitarios”, sostiene la doctora Bosch.
Los CD piratas de Hanover Park son baratos, generalmente de buena calidad, altamente orientados hacia el consumidor/a y su compra no implica ningún riesgo. “No es ilegal porque [cuando] la policía me ve con el CD no me detiene”, dice un comprador.
La piratería es la norma
La industria antipiratería decidió presentar a la piratería como una actividad delictiva y a los consumidores y consumidoras de productos pirateados, como delincuentes.
Sin embargo, en Hanover Park el consumo de productos pirateados se considera una actividad normal y de todos los días.
Algunas de las personas entrevistadas consideran que el concepto de piratería es algo totalmente ajeno a lo que hacen y todos los encuestados y encuestadas sostuvieron que el uso de productos pirateados es legítimo, dada su situación económica. Los/as consumidores/as promedio sienten que no tienen otra opción que volcarse hacia alternativas más baratas porque el precio de los productos originales es demasiado alto.
“La moral no juega un papel muy importante porque en Estados Unidos no sienten los 80 rands que pierden por mí, porque lo pueden pagar. Viven en enormes mansiones lujosas, mientras yo vivo en un apartamento aquí en Hanover Park, de modo que no me importa mucho si me consideran un pirata porque mis circunstancias son diferentes a las de ellos/as”. – Vendedor
La clase trabajadora de Hanover Park se siente limitada en cuanto al entretenimiento que puede consumir legalmente. La piratería se convirtió en un hecho vital profundamente enraizado en el estilo de vida de este grupo social y tener la posibilidad de ver películas al mismo tiempo que se lanzan en Estados Unidos da a los consumidores y consumidoras la sensación de pertenecer a la comunidad global del entretenimiento.
“Yo sé que la piratería es un delito, pero lo hacemos porque somos gente menos afortunada, simplemente para darnos algún consuelo y poder decir que también formamos parte de la multitud, que también ví tal o cual película” – Consumidora
Ver películas, una cuestión social
En las comunidades de la clase media, ver películas es cada vez más una experiencia privada, porque las personas tienen cada vez más aparatos personales, auriculares, televisores, etc; sin embargo, en Hanover Park ver películas o seriales de televisión en un CD constituye una actividad social que se lleva a cabo con amigos y amigas, y en familia.
“Esta dimensión colectiva del ver no se describe como una necesidad en las entrevistas, sino más bien como una parte básica de la experiencia mediática que opera de anclaje para otras formas de la sociabilidad”, opina la doctora Bosch.
Una de las personas entrevistadas comenta: “Lo que hago normalmente es invitar a mi madre a tomar una rica taza de café y pongo una película de Bollywood. Y después nos reunimos y hablamos sobre eso todos nosotros, que somos siete hijos/as”.
“Muchos productos pirateados llegan al público de segunda o tercera mano”, informa Bosch, “y es por eso que los consumidores/as también valoran el hecho de ver medios que se filtran a través de la comunidad”.
Piratería: un puente entre las clases sociales
En los últimos años, además de seguirse las tendencias culturales de Estados Unidos, en Hanover Park también surgió una nueva cultura india internacional y la filmografía de Bollywood ocupa los primeros lugares de la lista de películas extranjeras que se ven en el barrio.
Sin embargo, en cuestionarios más elaborados se vio que las preferencias tendieron siempre hacia Hollywood y, en particular, hacia las exploraciones relativas a la cultura negra y la vida de las tribus urbanas.
“Las películas de gangsters figuraban al principio de la lista, porque resuenan con la cultura hip-hop local y el interés que hay en la cultura negra estadounidense”, explica Bosch. Además “el público no consume ciegamente los productos culturales de Estados Unidos, sino que suelen embarcarse en una negociación bastante sofisticada del terreno cultural, que es muy consciente de la dinámica y la política racial, y que es capaz de establecer paralelismos con la situación sudafricana”.
Pero cuando se le preguntó a los y las residentes de Hanover Park acerca de los medios sudafricanos, sólo mencionaron dos películas locales ( Tsotsi y Jerusalema), junto con unos pocos programas de televisión ( Generations y 7de Laan ).
Los productos pirateados pueden diversificar los ambientes mediáticos en los que viven las personas aunque “muy pocos sudafricanos/as viven en la característica mediática de ‘long-tail’ de los países de ingresos altos y gran ancho de banda”, concluye Bosch.
La función principal de las redes piratas de Sudáfrica es volver accesible la cultura popular y masiva para las zonas pobres, y hacerlo más rápidamente.
Puede parecer trivial el deseo de ver películas casi al mismo tiempo que los consumidores/as más privilegiados económicamente, pero el estudio sostiene que dicho deseo forma parte de “una experiencia cada vez más poderosa de inclusión en una comunidad mediática globalizada”.
“Estas formas de inclusión son especialmente fuertes en países como Sudáfrica, donde la marginalidad real y la que se percibe – geográfica, económica, racial y otras – forma parte de la experiencia cotidiana de las personas en muchos planos diferentes”, sostiene Bosch.
Este artículo se basa en el informe“Piracy as counter-hegemony: A Cape Flats case study”:http://www.cfms.uct.ac.za/faculty/staff-directory/Tanja (La piratería como hecho contrahegemónico: estudio de caso de Cape Flats), encomendado por APC y realizado por la doctora Tanja Boschdel Centro de estudios fílmicos y mediáticos de la Universidad de Ciudad del Cabo, Sudáfrica.
Se puede leer el informe completo sobre Sudáfrica (en inglés) en la publicación « Media Piracy in Emerging Economies » de SSRC Books. Autores : Natasha Primo, Libby Lloyd. Contribuyen : Natalie Brown, Adam Haupt, Tanja Bosch, Julian Jonker, Nixon Kariithi.
Foto por Urban Adventures. Utilizado con permiso bajo licencia de Contenido Creativo 2.0.